20 mar 2011
MIQUEL SILVESTRE PRESENTARA SU LIBRO EN MADRID EL 24 DE MARZO
José Antonio Miquel Silvestre se ha embarcado en un viaje por África. Desde Nairobi a Ciudad del Cabo, desde Maseru a Maputo, ha recorrido quince mil kilómetros de selva, sabana y desierto: diez países, sobornos en las fronteras, ríos, montañas, antílopes, tres mil estrellas y la Costa de los Esqueletos. Un viaje en solitario sin porteadores ni niñeras.
Ha podido contarlo y el resultado ha sido un libro: "Un millón de piedras".
José Antonio es personaje contradictorio. Es registrador de la propiedad y escribe sobre asuntos jurídicos. Pero tiene una vena de humor y un afán de aventura que le llevan a ser de los que aspiran a una vida más ancha que larga -según cuenta su biógrafo Gonzalo Ugidos.
El jueves 24 estará en De Viaje para presentar su libro (C/Serrano, 41 a las 20,15 horas). Y sobre todo para contarnos sus correrías por esos caminos africanos que tantas inquietudes y satisfacciones procuran a quienes se atreven a recorrerlos.
Un hombre harto, una moto, una tierra bella y pasmada. Con estos ingredientes Miquel Silvestre ha dejado por una vez sus relatos de irónico realismo y se ha embarcado en un viaje por África. Desde Nairobi a Ciudad del Cabo, desde Maseru a Maputo, ha recorrido quince mil kilómetros de selva, sabana y desierto: diez países, sobornos en las fronteras, ríos, montañas, antílopes, tres mil estrellas y la Costa de los Esqueletos. Mascó el miedo, escupió sangre y bebió mucha cerveza.
Un viaje en solitario sin porteadores ni niñeras. Ha podido contarlo a pesar de las colitis, los bandidos y los huesos rotos, porque cuando viaja, un hombre solo suscita la piedad en todas partes. Con humor sarcástico, el autor más cyberpunk de la literatura ibérica dibuja en trazos sobrios y transparentes una tierra dura en la que la vida no vale nada y en donde la supervivencia del viajero depende de su ánimo inoxidable, de los decentes samaritanos y de la buena suerte.
También de la rapidez de reflejos para poner pies en polvorosa en situaciones en las que se difuminan las fronteras entre estupidez y heroísmo. En estas páginas no están las nieves del Kilimanjaro, las puestas del sol en Serengeti, la fotogenia de los masai o la ferocidad de los zulúes. Tampoco hay complejo colonial de onegero ni regusto dulzón de memorias de baronesa Blixen al pie de las colinas de Ngong. Todo eso es sólo literatura o, como mucho, historia.
Pero sí hay voces nativas que cuentan historias de una belleza sencilla en una de las zonas más descarnadas del planeta. Sin sentimentalismo y lleno de una poesía desnuda, el viajero se conmueve a veces y nos conmueve siempre.
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